jueves, 1 de octubre de 2009

El jarrón del fondo del lago

Hoy os voy a contar un cuento, espero que os guste.

Érase una vez un rey muy celoso de su poder. Dirigía la vida de sus súbditos hasta el más ínfimo detalle y les exigía una obediencia ciega. Sin embargo no era feliz. Se decía: "Me obedecen porque soy joven y fuerte. Pero cuando sea un débil anciano, ya no me temerán y se rebelarán contra mí." Así que con la intención de parecer siempre joven, se hizo teñir los cabellos y darse masajes en el rostro. Pero, aún así, no podía detener el inexorable paso del tiempo.

Un día se dio cuenta de que sus sirvientes tenían arrugas y los cabellos blancos. Esto le hizo reflexionar: “Nacieron en la misma época que yo, ¿de que sirve aparentar ser joven, si pueden leer en su propio rostro la edad que tengo realmente?”. Entonces hizo pregonar un edicto en todo el reino. “Su Majestad sólo quiere súbditos jóvenes y valientes como él. Todos aquellos cuyos cabellos hayan encanecido tienen tres días para abandonar el reino. Transcurrido este plazo, se cortará la cabeza a los que peinen canas. Pero puesto que su Majestad es generoso, ofrece la posibilidad de que los hijos rediman a sus padres y aquél que rescate el jarrón de oro, que cayó en el fondo del lago, salvará la vida de sus padres. Si fracasa morirán ambos”.

Al oír el edicto muchos huyeron al extranjero, otros se presentaron en el palacio para intentar rescatar el jarrón de oro, pero ninguno de los que se zambulleron en el lago consiguió rescatar el jarrón.

Un día un joven se acercó a la orilla del lago y observó el agua cristalina, el jarrón brillaba, asentado en la arena del fondo. Daba la impresión que bastaba con extender la mano y cogerlo. Sin embargo todos los que lo habían intentado se habían quedado sin cabeza. El muchacho volvió pensativo a su casa, preparo un atillo con la comida y tomó el camino de la montaña. Allí en el interior de una cueva, escondía a su anciano padre para protegerlo de la crueldad del rey.

El padre al verlo triste le preguntó si estaba cansado de hacer cada día el recorrido para traerle la comida. El hijo le respondió que estaba pensando en el jarrón de oro del fondo del lago. Se puede ver, pero es imposible cogerlo.

El padre reflexionó un instante y luego preguntó: ¿Hay algún árbol en la orilla, justo desde donde se puede ver el jarrón?.
- Sí, padre, respondió el muchacho.
El padre siguió preguntando: ¿Y sus ramas se reflejan en el agua?.
El joven respondió: ¡Claro que sí!.
El padre le comentó: Si quieres coger las ramas del árbol, no te lanzarías al agua, ¿verdad?.

El muchacho se despidió de su padre, con un abrazo, y volvió corriendo a su casa. Al día siguiente, muy temprano, se presentó en palacio, dispuesto a intentar la prueba. Ante los sorprendidos asistentes, se subió al árbol y con facilidad se apoderó del jarrón de oro. El cual estaba colgado de tal manera que, al reflejarse, parecía estar en el fondo del agua.

El rey le preguntó: “¿Cómo supiste que el jarrón estaba en el árbol?".
El muchacho le contesto: "En realidad, no fui yo quien lo supo, sino mi padre, que está oculto en las montañas."

El rey, ensimismado en sus propios pensamientos, se decía: Más de cien muchachos se han lanzado de cabeza al lago, sin descubrir el ardid. Y en cambio, este viejo, desde la montaña, lejos de aquí. Lo ha adivinado. Tal vez sea porqué las personas con canas son más sabias que las jóvenes…. Y ordenó anular el decreto y desde entonces, en aquel país, todo el mundo tuvo un profundo respeto por las personas de cabellos blancos.


¡Colorin! ¡Colorao! Este cuento se ha acaba´o!!!

Adaptación de un cuento armenio. Mil Años de Cuentos. Editoral Edelvives.