Esta es la obra que presenté al I CERTAMEN RELATO CLUB LECTURA DN
Caminaba rápido, todo lo rápido que se
puede cuando se sube la cuesta de Sto. Domingo en su último tramo, esquivando a
la agente. En una de sus manos, doblado por la mitad y enrollado, llevaba el
periódico del día. Al llegar a mitad de la plaza consistorial, levantó la vista
y miró el reloj las agujas indicaban que faltaban tres minutos para en punto.
Iba justo de tiempo. El asistir al canto le había retrasado un poco, pero le
gustaba la tradición y mantener un ritual. Aunque era día de labor, había más
gente de lo habitual. Aceleró el paso y saludó con un gesto a unos conocidos,
apostados enfrente.
Quizás, por los nervios, al enfilar la curva más famosa de la ciudad y posiblemente la más conocida del mundo fuera de los circuitos de alta velocidad, saco el móvil y volvió a mirar la hora.
Sus recuerdos volaron a aquellos años
en los que no existían los celulares y tenía que buscar rápidamente una cabina
para llamar a casa, dar el parte y tranquilizar a la madre. Después vino el
tiempo en el que las llamadas eran dos. Con esas ideas en la cabeza llegó a
mitad de la calle cerca de la Bajada Javier, pero no era su día de suerte.
Unos guiris se habían colocado en “su
portal”. Eran dos “armarios” con sus amigas o quizás novias. Por el acento eran
gringos y lucían la típica vestimenta de camisetas una talla menor para marcar
musculatura, pantalones piratas y chancletas playeras. Ellas llevaban shorts
vaqueros y camisetas sin mangas, el pelo rubio recogido en una coleta y el
mismo calzado. A juzgar por su aspecto no habían dormido nada y bebido todo.
Se instaló en el siguiente hueco que
había libre en la pared. Hecho un rápido vistazo y vio entre la gente a los
habituales, les hizo un gesto con los ojos. Y comenzó a realizar algún
estiramiento, intercalado con algún ejercicio de calentamiento. No por preparar
los músculos, que ya los había calentado antes, sino por una mezcla entre
costumbre y manera de tener la cabeza concentrada en otro tema. Sentía la
adrenalina subir en su cuerpo y estos movimientos le ayudaban a liberar el
estrés.
Le vino a la cabeza la conversión que
había tenido con Camino, su pareja, el día anterior, en el que medio en broma,
medio en serio se había comprometido a dejar de correr si era portada. Llevaba
muchos años haciéndolo, más de los que podía contar con todos sus dedos. Sólo
cuando nació su primer hijo, se le pasó por la cabeza, pero la verdad tampoco
se veía matando el gusanillo como los dos abuelos que se colocaban, ahora, en
la acera de enfrente bien pegados a la pared.
De repente, sonó un estampido en el
cielo, su corazón se aceleró, el segundo estampido no se pudo oír por el
griterío de la gente. Instintivamente cogió la cadena de oro, regalo de su
abuela en su primera comunión, y besos los colgantes, uno de su “ángel de la
guarda”, el Ángel de Aralar, el otro una imagen de San Fermín. La gente empezó
a correr unos aceleradamente, como si les fuera la vida en ello, otros al trote
unos pocos andando pegados a la acera. El prefería esperar, mirando Estafeta
abajo, de vez en cuando daba un pequeño salto. Mentalmente se encomendaba a un
misterioso capote que nadie había visto, pero del que cada mañana todo el mundo
hablaba.
Sabía que en poco más de un minuto,
todos sus sentidos tenían que estar atentos al menor detalle de lo que pasará a
su alrededor, el subidón de adrenalina era total y su corazón galopaba cerca de
las 200 pulsaciones por minuto. Empezó a notar el principio de un tsunami de
gente que corría más atropelladamente, y se unió al río multicolor, procurando
mantener una línea recta. Sus oídos descifraban los códigos de otros corredores
y supo que ya estaban cerca. Miró para atrás y los vio, la manada abierta por
un morlaco negro, después un par de mansos y luego un hueco, antes de otros dos
hermosos cinqueños. Dejo pasar a los primeros y se metió en el hueco. Los
bóvidos achicaban la calle, como si fueran jugadores dirigidos por Menotti, y
esta se había ensanchado con el nuevo pavimentado, pero había un exceso de
jugadores. Una muerta por éxito era la que asfixiaba a la tradición y la
puntilla se la habían dado las nuevas tecnologías y las redes sociales. Esquivó
a un “pata” que iba filmando con su móvil, pero milagrosamente esto le hizo
pillar el sitio, el cual se lo quería arrebatar un “divino” metiendo codo. Lo
defendió como pudo más por oficio que con fuerza. Hacia años que no lograba esa
sensación de comunión con la bestia. Había que disfrutar el momento.
De repente alguien por delante cayó,
tuvo que saltar y se trastabilló, percibió que el negro asesino le había mirado
y que sus cuchillos afilados le buscaban. Se quitó de en medio, empujando a una
de las guiris que estaba parada y aterrorizada. En un último reflejo echo su
periódico a la cara del animal. Sintió un fuerte golpe en el costado, debajo de
la axila izquierda y oyó el sonido de su ropa rasgarse. Cayó al suelo y se
cubrió la cabeza a la vez que se hacía un ovillo. Paso un rato que le pareció
un siglo. Alguien le cogía del brazo y le ayudaba a levantarse, reconoció a
Rastrojo, el veterano pastor, otra persona le entregaba los restos de su
prensa, al mirarla, vio la foto de la portada.
Era él, realizando un extraño escorzo,
salvando a una rubia de los pitones del toro, a la vez que el bicho estaba cegado
por unos papeles que dibujan un capotazo en el aire a modo de larga cambiada
con la imagen de San Fermín en el centro.
Comprobó la fecha, extraña y
misteriosamente, era de ayer. Busco el teléfono y llamó.
Aquí están los enlaces de la noticia del concurso:
Un madrileño gana el certamen de relatos del Club de LecturaOtra vez será. No se puede presentarse y besar el Santo a la primera.
Alberto de Frutos: "San Fermín es una fiesta que admiro mucho". ¡Enhorabuena Alberto!.
"Obra Póstuma", Alberto de Frutos, ganador del I Certamen de Relato breve del Club de Lectura de DN.