martes, 18 de junio de 2013

La última carrera


Esta es la obra que presenté al I CERTAMEN RELATO CLUB LECTURA DN

Caminaba rápido, todo lo rápido que se puede cuando se sube la cuesta de Sto. Domingo en su último tramo, esquivando a la agente. En una de sus manos, doblado por la mitad y enrollado, llevaba el periódico del día. Al llegar a mitad de la plaza consistorial, levantó la vista y miró el reloj las agujas indicaban que faltaban tres minutos para en punto. Iba justo de tiempo. El asistir al canto le había retrasado un poco, pero le gustaba la tradición y mantener un ritual. Aunque era día de labor, había más gente de lo habitual. Aceleró el paso y saludó con un gesto a unos conocidos, apostados enfrente.

Quizás, por los nervios, al enfilar la curva más famosa de la ciudad y posiblemente la más conocida del mundo fuera de los circuitos de alta velocidad, saco el móvil y volvió a mirar la hora.

Sus recuerdos volaron a aquellos años en los que no existían los celulares y tenía que buscar rápidamente una cabina para llamar a casa, dar el parte y tranquilizar a la madre. Después vino el tiempo en el que las llamadas eran dos. Con esas ideas en la cabeza llegó a mitad de la calle cerca de la Bajada Javier, pero no era su día de suerte.

Unos guiris se habían colocado en “su portal”. Eran dos “armarios” con sus amigas o quizás novias. Por el acento eran gringos y lucían la típica vestimenta de camisetas una talla menor para marcar musculatura, pantalones piratas y chancletas playeras. Ellas llevaban shorts vaqueros y camisetas sin mangas, el pelo rubio recogido en una coleta y el mismo calzado. A juzgar por su aspecto no habían dormido nada y bebido todo.

Se instaló en el siguiente hueco que había libre en la pared. Hecho un rápido vistazo y vio entre la gente a los habituales, les hizo un gesto con los ojos. Y comenzó a realizar algún estiramiento, intercalado con algún ejercicio de calentamiento. No por preparar los músculos, que ya los había calentado antes, sino por una mezcla entre costumbre y manera de tener la cabeza concentrada en otro tema. Sentía la adrenalina subir en su cuerpo y estos movimientos le ayudaban a liberar el estrés.

Le vino a la cabeza la conversión que había tenido con Camino, su pareja, el día anterior, en el que medio en broma, medio en serio se había comprometido a dejar de correr si era portada. Llevaba muchos años haciéndolo, más de los que podía contar con todos sus dedos. Sólo cuando nació su primer hijo, se le pasó por la cabeza, pero la verdad tampoco se veía matando el gusanillo como los dos abuelos que se colocaban, ahora, en la acera de enfrente bien pegados a la pared.

De repente, sonó un estampido en el cielo, su corazón se aceleró, el segundo estampido no se pudo oír por el griterío de la gente. Instintivamente cogió la cadena de oro, regalo de su abuela en su primera comunión, y besos los colgantes, uno de su “ángel de la guarda”, el Ángel de Aralar, el otro una imagen de San Fermín. La gente empezó a correr unos aceleradamente, como si les fuera la vida en ello, otros al trote unos pocos andando pegados a la acera. El prefería esperar, mirando Estafeta abajo, de vez en cuando daba un pequeño salto. Mentalmente se encomendaba a un misterioso capote que nadie había visto, pero del que cada mañana todo el mundo hablaba. 

Sabía que en poco más de un minuto, todos sus sentidos tenían que estar atentos al menor detalle de lo que pasará a su alrededor, el subidón de adrenalina era total y su corazón galopaba cerca de las 200 pulsaciones por minuto. Empezó a notar el principio de un tsunami de gente que corría más atropelladamente, y se unió al río multicolor, procurando mantener una línea recta. Sus oídos descifraban los códigos de otros corredores y supo que ya estaban cerca. Miró para atrás y los vio, la manada abierta por un morlaco negro, después un par de mansos y luego un hueco, antes de otros dos hermosos cinqueños. Dejo pasar a los primeros y se metió en el hueco. Los bóvidos achicaban la calle, como si fueran jugadores dirigidos por Menotti, y esta se había ensanchado con el nuevo pavimentado, pero había un exceso de jugadores. Una muerta por éxito era la que asfixiaba a la tradición y la puntilla se la habían dado las nuevas tecnologías y las redes sociales. Esquivó a un “pata” que iba filmando con su móvil, pero milagrosamente esto le hizo pillar el sitio, el cual se lo quería arrebatar un “divino” metiendo codo. Lo defendió como pudo más por oficio que con fuerza. Hacia años que no lograba esa sensación de comunión con la bestia. Había que disfrutar el momento.

De repente alguien por delante cayó, tuvo que saltar y se trastabilló, percibió que el negro asesino le había mirado y que sus cuchillos afilados le buscaban. Se quitó de en medio, empujando a una de las guiris que estaba parada y aterrorizada. En un último reflejo echo su periódico a la cara del animal. Sintió un fuerte golpe en el costado, debajo de la axila izquierda y oyó el sonido de su ropa rasgarse. Cayó al suelo y se cubrió la cabeza a la vez que se hacía un ovillo. Paso un rato que le pareció un siglo. Alguien le cogía del brazo y le ayudaba a levantarse, reconoció a Rastrojo, el veterano pastor, otra persona le entregaba los restos de su prensa, al mirarla, vio la foto de la portada.

Era él, realizando un extraño escorzo, salvando a una rubia de los pitones del toro, a la vez que el bicho estaba cegado por unos papeles que dibujan un capotazo en el aire a modo de larga cambiada con la imagen de San Fermín en el centro. 

Comprobó la fecha, extraña y misteriosamente, era de ayer. Busco el teléfono y llamó.

Aquí están los enlaces de la noticia del concurso:  

 Un madrileño gana el certamen de relatos del Club de Lectura  
Otra vez será. No se puede presentarse y besar el Santo a la primera.

Alberto de Frutos: "San Fermín es una fiesta que admiro mucho". ¡Enhorabuena Alberto!.
 
"Obra Póstuma", Alberto de Frutos, ganador del I Certamen de Relato breve del Club de Lectura de DN.

 
Recibido. Gracias por participar.
Un saludo